Tim Lee-Berner sabía que tenía que haber una forma más eficiente de
hacer su trabajo. Su idea, hace ya casi 25 años, dio lugar a la 'World
Wide Web'
Llevaba bastante tiempo dándole vueltas al asunto. Tenía que haber
una forma más fácil y eficiente de llevar a cabo su trabajo. Y si no la
había, la inventaría. Al final, todo es cuestión de remangarse y ponerse
a ello.
Estamos en marzo de 1989 y el escenario es el CERN, el laboratorio de la Organización Europea para la Investigación Nuclear. El protagonista de nuestra historia es Tim Berners-Lee,
encargado de sistemas informáticos (aunque físico de formación,
disciplina en la que se había graduado por la Universidad de Oxford) en
la treintena responsable de que los científicos del centro y los que
venían de fuera pudiesen trabajar conjuntamente a pesar de que sus
ordenadores no utilizasen los mismos sistemas ni se comunicasen entre
sí, como hacen ahora.
“Era un auténtico problema para el CERN
acoplar todos esos ordenadores incompatibles, que además tenían que
funcionar dentro del sistema con el que funcionaba el acelerador de
partículas del laboratorio”, cuenta Mark Mischetti, editor de Scientific American y coautor junto al propio Berners-Lee de un análisis de su invento, la World Wide Web,
con ocasión de su décimo aniversario. La mayor parte del tiempo de
Berners-Lee se iba en esta tarea, así que “Tim pensó que sería mucho más
sencillo si los ordenadores pudieran intercambiar información
directamente”.
Una de las cosas que los ordenadores no hacían es asimilar asociaciones entre cosas dispares, algo que la mente humana sí puede hacer. Así que en los 80 utilicé programas para almacenar información con 'links' aleatorios.
El propio Berners-Lee lo explica en
su página web con otras palabras: "una de las cosas que los ordenadores
no hacían era establecer asociaciones entre cosas dispares, algo que la
mente humana sí puede hacer. Así que en los 80 utilicé algunos
programas para almacenar información con links aleatorios".
Aquel primer desarrolló era una aplicación que le permitía estar al día
de todos los científicos, investigaciones y ordenadores que trabajaban
en el CERN.
¿Por qué no conectarlos todos?
Pero sus
funciones poco después le parecieron demasiado simples y de corto
alcance. ¿No sería posible crear una herramienta que sirviese para todos
los ordenadores por igual? ¿Incluidos los de fuera del CERN? Había que
intentarlo.
En marzo de 1989, Berners-Lee lograba que el CERN
aprobase destinar fondos y dedicar parte de su tiempo de trabajo al
proyecto, que consignó en un informe bajo el anodino título de “Gestión
de la Información: Una Propuesta”. Ese sencillo informe se considera la
semilla que dio lugar a la World Wide Web, hace ya casi 25 años.
“Internet
en sí mismo solo es un conjunto de cables y un protocolo para enviar
información a través de esos cables. La Web sería una aplicación que
funcionaría en internet. Lo que ocurrió fue que se convirtió en la
aplicación principal”, explica Mischetti, añadiendo que otras ya
existían, como el correo electrónico o el FTP.
Las innovaciones que Berners-Lee desarrolló para dar forma a su idea fueron tres: el HTTP (hypertext transfer protocol), que permite que al pinchar sobre un enlace lleguemos a otro documento; las URL (uniform resource location), que son las direcciones por las que encontrar el documento, y el HTML (hypertext markup language), que son las instrucciones por las que se vinculan las páginas y los archivos que contienen.
A finales de 1990, las tres piezas estaban en marcha. El 25 de diciembre de ese año, el informático accedió a la primera página web desde el primer navegador gracias al primer servidor. Su invento funcionaba.
Pantallazo del primer navegador web (Foto: CERN)
La idea de Berners-Lee era, de alguna forma, replicar el funcionamiento
del mercado económico, en el que todo el mundo puede interactuar sin
tener que acudir a un lugar físico, siempre que conozca las reglas del
juego.
El peligro de crear barreras
De modo que
era importante dar a conocer esas reglas. Pasó los siguientes años
viajando a centros universitarios y reuniéndose con empresas y
entusiastas de internet, explicándoles sus desarrollos y convenciéndoles
de que creasen navegadores y servidores con información interconectada.
Muchos programas educativos incluyeron estos nuevos protocolos, como
una forma de conseguir que los alumnos experimentasen (uno de estos
primeros intentos dio lugar posteriormente al popular navegador Netscape).
Pero
algo comenzó a inquietar al desarrollador: la posibilidad de que las
empresas, en su búsqueda de beneficios, no respetarán el espíritu
abierto de su idea, en la que la información se compartía sin barreras.
Si comenzaban a crear sus propias redes y páginas web, o si las hacían
de alguna forma incompatibles con las de otras empresas o de pago, su
proyecto se desvirtuaría.
Para evitarlo, en un movimiento que seguramente
le privó de una más que adinerada jubilación, consiguió que los
responsables del CERN publicasen todo su código fuente, de forma que
cualquier programador del mundo pudiese utilizarlo para sus propios
desarrollos Para evitarlo, en un movimiento que seguramente le privó de una más que
adinerada jubilación anticipada, convenció a los responsables del CERN
de que publicasen todo su código fuente original, de forma que cualquier
programador del mundo pudiese utilizarlo para sus propios desarrollos.
“Pensó que si todo el mundo desarrollaba conjuntamente la Web, ninguna
compañía podría controlarla”, asegura Mischetti.
Los peligros de la red son sociales, no técnicos
Y
tenía razón. La web se convirtió en un instrumento más social que
técnico, cuyo uso se generalizó cuando las compañías de internet
comenzaron a proporcionar de manera gratuita navegadores en sus equipos.
“Enviaban de manera gratuita los programas de navegación, con la
esperanza de que una vez en la Web los usuarios solicitasen servicios
por los que sí cobraban, como el correo electrónico”.
Sin embargo,
no todo salió como Berners-Lee esperaba. En su idea original para la
web, los usuarios creaban contenido al mismo ritmo que lo consumían. Sus
desarrollos permitían publicar y editar texto, no solo leerlo, algo que
tardó casi una década más en ser algo habitual, con la llegada de los
blogs y después de las redes sociales.
Esta falta de barreras y
esa construcción colectiva, sin embargo, han traído a la red no pocos
dilemas que hay que afrontar. Pero en esto su creador no cree que haya
una solución técnica, sino social. “Para Tim, hacer frente a problemas
como la privacidad o la propiedad intelectual no es algo que tenga
arreglo técnico. Primero, necesitas un enfoque social. Si internet está
abierto para la gente buena, también lo está para la mala. […] Lo que
necesitas son leyes y convenciones sociales que guíen el comportamiento
de las personas”, termina Mischetti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario